Oír a alguien que acaba de estrenar la treintena decir: “Hoy en día, comprar comida es un acto de fe”, te hace cuestionar muchas cosas. Me alegro enormemente de haber nacido en una casa de campo en la que he visto cómo se realizaba la matanza del cerdo, la mermelada, cómo se ordeñaba y hacían quesos frescos, cómo se cuidaba la huerta y se hacían conservas de lo más inimaginable, cómo se conservaban los alimentos en la parte alta del “sobrao” y me niego en rotundo a que la autenticidad de todo ello se diluya en el olvido.