Las rosquillas de Pauli, las mejores rosquillas del mundo.

Las rosquillas de Pauli son las mejores rosquillas del mundo.

Llevábamos tiempo queriendo aprender su receta y este sábado nos ha dado una sorpresa: nos ha enseñado todos sus trucos y triquiñuelas.

 

RECETA DE LAS ROSQUILLAS ARTESANAS DE PAULI:

 

Aquí dejo referencia de los ingredientes de sus rosquillas y de los pasos para su elaboración:

 

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Huevos. El número de huevos que se utiliza marcará la cantidad del resto de ingredientes a añadir.  En nuestro caso hemos utilizado 4 huevos y ha salido una cantidad de rosquillas considerable, vamos, como para un regimiento, aunque han desaparecido en poco tiempo.

 

Se utilizan tres tipos de harinas: de fuerza, de repostería y harina de trigo “normal”. Es conveniente tamizarlas. Se añaden:

  • 2 cucharadas soperas cargadas de harina de fuerza
  • y 2 de harina de repostería por cada huevo.

La harina de trigo la reservamos para más adelante.

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Aceite de oliva: 3 cucharadas por cada huevo

 

Azúcar: 3 cucharadas de azúcar por cada huevo

 

Levadura en polvo. En este caso usamos levadura Royal. Se añade 1 cucharadita por cada huevo (en este caso, del tamaño de las cucharillas de café).

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El zumo de 1 limón. Este ingrediente actúa como conservante natural y permite que las rosquillas puedan permanecer en condiciones óptimas durante semanas. Pauli nos ha indicado que, incluso, hasta un par de meses.

 

Y por último se añade a toda la masa medio vasito de anís. Pauli nos dijo que utiliza anís “La Castellana” o anís “El Mono” pero no emplea “Marie Brizard” porque le resulta demasiado dulce para este postre.

Se amasa bien toda la mezcla y se va añadiendo harina de trigo tamizada hasta conseguir una pasta que no se pega ni en la mano, ni en la mesa.

 

Se deja reposar un rato la masa, unos 20 minutos.  Pauli también nos confesó que, a veces, este paso se lo salta, así que valoradlo vosotros mismos. Si las ansias os pueden, ¡adelante, continuad!

 

Cuando he visto a Paulina amasando la mezcla con esas manos parecidas a las ramas de una encina que el tiempo ha curvado, me he acordado de mis abuelas. El trabajo y el paso de los años, también les redibujaron los huesos a ellas.

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Para hacer las rosquillas, se van cogiendo pequeños pedazos de la masa. Se hacen pequeños churros (barritas cilíndricas) con un grosor de un dedo, más o menos, y se unen formando un pequeño rosco, que no es mayor que la base del perímetro de un vaso de agua común. Luego, esta masa crece al freírse.

 

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Y entre corte y corte de rosquillas, Paulina nos ha ido contando su vida. Y vas viendo que esas manos son el reflejo de una vida de laborioso tesón.

 

Es importante cortar o hacer una hendidura en el contorno exterior de las rosquillas antes de echarlas a freír. Esto permite que se abran y se  frían mejor, de manera más homogénea. Los cortes laterales evitan que quede la masa interna de la rosquilla sin hacer.

Es muy importante freír las rosquillas en una cazuela o sartén con mucho fondo y en abundante aceite. En nuestro caso usamos una cazuela en la que añadimos 1 litro de aceite de girasol y casi medio litro de aceite de oliva. (Con el aceite de girasol se consigue que la fritura de la rosquilla sea más ligera, que la rosquilla quede menos grasienta). En caso de no disponer de freidora, es importante tener en cuenta el consejo de fritura en abundante aceite. Las rosquillas, al añadirlas al aceite caliente, se hunden pero inmediatamente salen a flote y así se evita que queden sedimentos o posos oscuros pegados a ellas de las primeras tandas de fritura.

Pauli, para saber que el aceite estaba lo suficientemente caliente para comenzar la tarea, ha añadido una corteza de limón y un trocito de pan. Cuando ambos se han churruscado los ha quitado y ha comenzado a añadir las rosquillas. Cuando las rosquillas se doran por un lado, se les da la vuelta y una vez que cogen el mismo color por el otro costado se sacan a una bandeja con papel absorbente.  Solo nos queda esperar a que se enfríen y ¡ya podemos disfrutar de ellas!

 

Y entre fritura y fritura, sin poder esperar a que templen, todos los que nos acercamos a la cocina y, sin recato, vamos alargando la mano para probar el manjar. No hacen falta palabras, nuestra expresión lo dice todo. La cara de satisfacción de Paulina, también.

 

Y el resultado debía parecerse a la cocinera, no podía ser de otra manera: unas rosquillas recias pero delicadas, vigorosas pero ligeras, unas rosquillas como las de siempre pero adaptadas al ahora.

 

Este artículo no puedo concluirlo sin añadir una moraleja: si la experiencia y la tradición te hablan, no desaproveches la oportunidad. ¡Escucha!

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